En la mayoría de las cocinas hay un lugar —cajón, balda alta o bolsa improvisada— donde se acumulan frascos de vidrio vacíos. No son residuos, pero tampoco tienen uso definido. Están limpios, con restos de etiqueta o sin ella, alineados o apilados, esperando una función futura que rara vez llega.
No se trata de una necesidad, sino de una decisión suspendida. Tirar un frasco en buen estado genera una sensación ambigua: parece que algo útil se está descartando, aunque no sepamos exactamente para qué serviría.
“El vidrio conserva, incluso si está vacío. No tirarlo es un acto de disponibilidad estructural más que de utilidad concreta.”
Patricia Valls, antropóloga de prácticas domésticas, Universitat de València
La conservación del frasco tiene poco que ver con la reutilización. Muy pocos terminan albergando salsas caseras, arroz suelto o restos de caldo. La mayoría nunca vuelve a cumplir ninguna función alimentaria, pero su permanencia no se cuestiona.

Según algunos registros de comportamiento doméstico, el frasco vacío representa una posibilidad latente. No ocupa mucho, es transparente, tiene forma definida, y puede contener algo aún no decidido. Es una promesa contenida, un volumen disponible. Incluso cuando está sucio o con tapa perdida, cuesta más tirarlo que guardarlo sin mirar.
“Guardamos cosas para hacer cosas que sabemos que no vamos a hacer, pero el acto de guardarlas ya calma.”
Héctor Quiles, psicólogo especializado en hábitos de acumulación no patológica
En ciertos hogares se repiten patrones: los frascos se ordenan por tamaño sin intención real de usarlos, se guardan tapas que no corresponden, o se limpian con esmero y luego se almacenan en una bolsa que no permite verlos. Se intuye que podrían ser útiles para regalar mermelada, pero nadie hace mermelada. O para guardar tornillos, pero no hay taller. El frasco se guarda porque sí, pero siempre con una excusa posible.

La idea de tener frascos disponibles ofrece una forma de tranquilidad. Como si un día fuera a ser necesario contener algo, y ya tuviéramos listo el recipiente. No se trata de previsión, sino de ritual preventivo sin escenario claro.
“Es una forma de pensar en el futuro sin planearlo: tener un contenedor ya preparado por si aparece algo que merezca ser contenido.”
Marta Ferré, investigadora en cultura material doméstica, Museo Etnológico de Barcelona
Algunos hogares han comenzado a almacenar frascos dentro de otros frascos, creando una estructura de conservación infinita. En estos casos, el gesto se vuelve casi escultórico: guardar la capacidad de guardar.
No se recomienda eliminar todos de golpe. El frasco vacío no es basura. Es un aplazamiento aceptado, una forma de ordenar lo que todavía no se necesita. Aunque probablemente no se necesite nunca.
Deja una respuesta